Pasada la semana del libro, es cuando más hay que hablar de literatura. Recordad leer más allá de abril. Hay que regresar a los clásicos literarios que pusieron los pilares de todo lo que ahora consumimos. Porque lo hicieron antes, y de forma diferente. Precisamente en esa diferencia es donde reside el interés. Hay que volver a valorar lo que, a grandes rasgos, ya no se hace.
Hoy hablamos de un autor cuyas obras resultan grandes clásicos del s. XX. Esta fue mencionada por Jorge Luis Borges como una de las diez obras que leer al menos una vez en la vida. Es esta una obra misteriosa dentro de la ficción y fuera. Kafka la llamó América, mientras que su editor y amigo la publicó como El desaparecido. Este y otros críticos señalaban el optimismo sobre el devenir del protagonista tras las desventuras vividas, pero los propios diarios de Kafka parecen conducir en otra dirección. Veamos qué encierra este gran relato de la modernidad.
Uno de los criterios que siempre he creído valorable en una obra literaria es el de la empatización universal con las situaciones vividas por los personajes. Al menos, con tendencia a la universalidad en cuanto que entendemos el acontecimiento porque es similar a las experiencias que vivimos. Bien puede ser por la magistral construcción de un personaje, o por la magistral construcción de la situación vivida por este. El desaparecido (América) quizá sea más de las segundas. Las situaciones a las que se enfrenta el protagonista solo son posibles en un mundo moderno. La obra condensa la frustración por aquello que es aparentemente simple, pero que la estructuración de la modernidad complica. La burocracia es la traba mayor de la Europa moderna, y a principios del s. XX muchas obras literarias y artísticas recogieron esta problemática.
En esta obra, Karl, el protagonista, es enviado por sus padres a los EEUU para forjarse un futuro prometedor tras haber dejado embarazada a una sirvienta. La obra comienza en el barco, y desde el momento en el que se ha dejado la maleta en el interior y tiene que ir a por ella, todo se va complicando. No tiene el control sobre su situación, los acontecimientos le sobrepasan e incluso cuando aparece algún personaje amable, siempre tenemos la sensación de que está solo. Si bien el personaje puede a menudo sacar al lector de quicio por su excesiva parsimonia, por su pasividad ante cada golpe que le acomete, la impotencia es transmitida. Dan ganas de salir en su defensa cuando comparte algo con sus compañeros de viaje. Sin embargo, en la discusión siguiente, ya tiene las de perder cuando es acusado de egoísmo.
Es una novela de crecimiento en la que el protagonista quiere crecer, pero parece no conseguirlo nunca. Ser joven y haber sido lanzado al mundo, sobre todo al país de las grandes aspiraciones, debería implicar una libertad a menudo soñada y casi siempre inalcanzable. Empatizar con Karl parece más fácil por la mezquindad de los personajes que le rodean que por su natural bondadoso. Es cierto que Karl actúa con verosimilitud, y los razonamientos que desembocan en diversas acciones son perfectamente comprensibles, pero a veces es demasiado torpe, está como anestesiado. La sensación es a menudo aquella que tenemos cuando sabemos que es necesario decir algo, y sin embargo sabemos que expresarlo será igual de inútil. Ciertas situaciones están tan cargadas por el sinsentido que cuando queremos dárselo mediante la palabra ya es demasiado tarde. La saturación diluye el sentido en la nada.
Si bien podemos ver esa indefensión del protagonista, además de la frustración de las expectativas de la llegada a un país que promete ser el lugar de las grandes gestas modernas, la obra contiene un humor constante. Kafka es consciente de que el mundo real no es así, pero genera un mundo ficcional que podría serlo. Ser migrante, como lo es Karl, es un proceso complicado, y encontrarte con todo personaje mezquino en el nuevo país al que llegas, es insólito, pero no irreal. Kafka juega con inverosimilitud verosímil. Hace una hipérbole de las frustraciones modernas que al rozar la sátira nos provocan a veces la desesperación, pero otras el divertimento.
Y mientras empezamos a comprender que para Karl no hay esperanza tras tanta situación frustrada, empezamos a comprender que siempre hay un punto de esperanza. La obra está inacabada. Es como si la esperanza fuese un punto de fuga en la obra.
Puede interpretarse que ya hemos aprendido que para Karl no hay esperanza; pues ya hemos sido aleccionados a lo largo de la novela. Quizá, esa última oferta de trabajo es ofertada para todos aquellos sin esperanza, que allí van a empezar prosperar. O quizá la irrealidad de algunos pasajes son propias de lo onírico y poco tienen que ver con lo real. Podemos interpretar que Kafka era un pesimista vital que se permitía reírse del mundo con ello asumido. Pocas obras ofrecen la potencial interpretación de una cosa y prácticamente la contraria. La mayoría procuran trazar una línea inequívoca, pero Kafka escribió una obra inacabada, sobre un lugar que jamás visitó, publicada póstumamente y de una interpretación probablemente infinita.