Todo empieza, o acaba, con un cuento chino. ¿Qué frase puede servir para cualquier situación? Esta fue la pregunta que se hizo un emperador, y, en su búsqueda de una respuesta, convocó a todos los sabios del imperio. La madre de Blanca le cuenta esta fábula a una pequeña Blanca. Si hemos leído el libro de Milena Busquets, ya sabemos cuál es esa frase: También esto pasará.
Milena publicó en 2015 este libro como homenaje a su recién fallecida madre, la editora Esther Tusquets. Diez años después, la película homónima, dirigida por María Ripoll, se presentó fuera de concurso en la Sección Oficial del 28º Festival de Cine de Málaga y se estrenará en salas el viernes 9 de mayo.
Lo que no todo el mundo sabe es que Milena Busquets escribió su último libro, La dulce existencia, narrando cómo fue para ella el proceso de grabación de la película. Un relato autobiográfico que veía ya distante, y que al revisitarlo le permitió revivir algunas emociones que creía enterradas, reflexionando sobre el paso del tiempo y la memoria. En este proceso, Milena se observaba a sí misma a través de Blanca, y también a través de la interpretación de Marina Salas.
Habiéndome leído ambas novelas, solo me quedaba ver la película para cerrar el círculo.

El miércoles 7 de mayo, la Academia de Cine acogió el preestreno de la película. Sentados entre butacas, los espectadores nos enfrentábamos a una historia que, aunque muchos ya conocíamos, volvía con una nueva cara. Una historia tan reflexiva como la de Milena Busquets resulta difícil de plasmar en la pantalla. No importaba que hubiéramos leído el libro hace años o el mes pasado, que conociéramos el cuento chino o no. Las historias sobre la muerte de una madre siempre terminan siendo historias sobre nosotras mismas.
También esto pasará: una autoficción entre el duelo y la distancia
Como en los ensayos de Joan Didion, el duelo aquí se convierte en un hilo que lo atraviesa todo: las conversaciones banales, las caminatas por la playa, las sábanas revueltas de una cama compartida. Milena Busquets, en su último libro, La dulce existencia, reflexiona sobre lo que significó revivir su propia historia una década después, desde otra edad, con otros ojos. La grabación de la película le devuelve una versión de sí misma que creía ya lejana, como un eco que no cesa.
Pero a pesar del valor del material autobiográfico, no todo funciona. Hay una tendencia reciente —y algo cansina— a retratar el duelo dentro de un marco muy concreto: el de la burguesía acomodada, con casas frente al mar, conversaciones al sol y copas de vino en la mano. Este aire de “drama pijo” acaba restándole gravedad a lo que podría haber sido más complejo. La película se queda en lo superficial cuando se trata de los personajes secundarios, el amante (Carlos Cuevas), los ex maridos (David Menéndez y Carlos Francino), las amigas (Sara Espígul y Andrea Trepat) o el desconocido del cementerio (Borja Espinosa), que apenas rozan el estereotipo, y no se les da espacio ni profundidad para que sus duelos, sus contradicciones, respiren, algo que en libro sí ocurre.
Tampoco termino de conectar con la idea, ya presente en la novela, de atravesar el luto encadenando encuentros sexuales. Aunque la propuesta intenta romper con una visión trágica o solemne del duelo, por momentos se siente como una forma de evasión más que de confrontación real. El sexo como consuelo puede ser honesto, sí, pero aquí corre el riesgo de volverse fórmula.
Cuando la ficción devuelve fantasmas
Tras la proyección tuvo lugar un coloquio en el que participaron la directora María Ripoll, la actriz Marina Salas (que interpreta a Blanca) y Susi Sánchez (en el papel de la madre). Buena parte de la conversación giró en torno a la interpretación de Marina, que consigue sostener la película con una mezcla de contención y calidez que evita caer en el dramatismo fácil. Susi Sánchez dejó varias frases memorables, entre ellas una que resume bien el tono del filme: “Es mucho mejor ver a una actriz tapar el sufrimiento que verla sufrir”. Y eso es justo lo que Marina hace: no representar el dolor, sino dejar que se intuya.

También se habló del entorno de Cadaqués, que en la película (y en los libros) funciona como un personaje más: bello, indescifrable, lleno de ausencias. Un lugar que parece invitar al recuerdo y a la ensoñación. De hecho, uno de los momentos más comentados fue el del rodaje de la escena final, en el cementerio. Según contó la propia directora, y como relata Milena en La dulce existencia, fue ahí, viendo a Susi Sánchez convertida en el fantasma de su madre, cuando comprendió el alcance emocional de lo que estaban haciendo. Milena no había visto aún a Susi interpretando a su madre hasta ese momento. Fue un shock. De pronto, la ficción ya no era solo ficción: estaba viendo a su madre.
Milena, de hecho, nunca llegó a leerse el guion. No sabía exactamente qué iban a hacer con su historia, con sus personajes, con su vida. En el libro relata cómo la sorprendía que sus hijos no fueran sus hijos, que sus ex maridos no fueran los suyos, pero que de alguna manera lo fueran. El libro es una mezcla de diario de rodaje, ensayo emocional y crónica del desconcierto: un texto que, dentro de lo que cabe, recomiendo. Aunque a veces cuesta empatizar con el tono de Milena: ese desapego, ese gesto de quien parece quejarse de que su libro tuvo éxito, de que ahora le hacen una película, de que tiene que volver sobre lo ya cerrado. El pasotismo de no leerse el guion forma parte también de esa pose —¿o defensa?— que no termina de convencerme.
Durante el coloquio también hablaron de lo que significa haber crecido siendo hijos de padres famosos y ambiciosos. Algo que une a muchas personas de aquella generación, y que sobrevuela tanto el libro como la película. Esther Tusquets fue una figura central de la cultura, y también una madre compleja, enorme, exigente. Hacer el duelo por alguien así no es solo una cuestión de nostalgia: es, quizás, el intento de hacerse un hueco propio entre tantas sombras, de buscarse a una misma.
Quizás, al final, la frase mágica del cuento chino —también esto pasará— nos sirve más para aceptar que no todo tiene que ser perfecto. Que las historias no siempre nos salvan, pero al menos nos acompañan mientras tanto.