«Cuento de hadas»: Stephen King y el salteado de tópicos fantásticos

Cuento de hadas es la novela anual de Stephen King publicada en 2022 por Plaza & Janés en España, una obra que se vuelve a asomar al género de la fantasía oscura. Este título fue el número 108 del autor estadounidense en ver la luz (sin contar las dos últimas en 2023 y 2024, que sumarían 110) habiendo pasado más de 50 años desde que el primero de sus textos llegase a las librerías.

«Parece haber llegado el momento en el que Stephen King ya no escribe la novela, sino que directamente describe las escenas de la película. El autor de El resplandor, It, Carrie y todas esas novelas que nos suenan bien por los propios libros o bien por sus adaptaciones, trata de crear en esta entrega una historia con un aroma que rezuma a cuento de hadas en primera instancia (como el título indica) y a su vez a literatura fantástica al estilo narniano. Los tópicos están tan sumamente concentrados aquí que parecen apretarse entre sí, como si al cerrar el libro tomaran vida propia y, asfixiados, trataran de salir sin éxito de un hacinamiento entre las páginas. La lista de estos tópicos y referencias es casi interminable, desde Ricitos de oro o Los tres cerditos hasta Jack y las habichuelas mágicas.»

Ese párrafo anterior está escrito por un autor ficticio. Queda algo lejos de mi opinión sobre la novela, y representa más bien una hipérbole que podría sin embargo haber sido escrita por algún crítico en un momento dado. Aunque no está exento de cierta razón en según qué afirmaciones, veo prácticamente imposible escribir eso habiendo acabado el libro, teniendo en cuenta sus más de 800 páginas. Hay parte de verdad en cómo está presente ese planteamiento narrativo cinematográfico más que novelesco, pero no supone ninguna novedad, pues eso lo lleva haciendo desde prácticamente su primera publicación y antes de cualquier adaptación cinematográfica. También es cierto que el libro está repleto de tópicos recolectados de cuentos clásicos que son aquí invertidos, o más bien retorcidos, pues la naturaleza terrorífica de King parece inevitable para sí mismo.

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Del mismo modo ocurre con el interés de Stephen King por el misterio que escapa a toda lógica humana, presente incluso en aquellas novelas que se adscriben no al terror sobrenatural, sino al corte más realista como en el caso de la historia carcelaria El pasillo de la muerte.

Lo que resulta la gran virtud en casi cualquier obra del autor, esa incógnita carente de lógica, también lo es en esta novela: las “incógnitas” en plural. Sin embargo la virtud es aquí también su carga, ya que se demora casi 400 páginas en cebar el primer misterio que adivino no resultará previsible solo para el que escribe. Y es que eso es exactamente lo que el protagonista adolescente tarda en entrar finalmente al mundo fantástico. El lector sabe que ese mundo está ahí ya no desde el inicio de la novela, sino desde el título. Si los niños de Las Crónicas de Narnia hubiesen tardado la mitad de esto en entrar en el armario, los Blitz nazis que asolaban Londres los habrían privado de interactuar con cualquier fauno o león parlante.

El desarrollo de la historia se tambalea entre el interés por resolver los misterios que se plantean desde el mundo mágico una vez se ha cruzado la frontera y tramos relativamente extensos en los que la narración parece atascarse; hasta el punto de que ni siquiera el propio King supiera por qué sendero continuar. Los elementos que regulan las leyes del mundo mágico resultan a menudo novedosos, creando un compendio de ideas interesantes que logran alcanzar a veces lo metaliterario, estableciendo un diálogo con los mundos al revés, con Oz o con Carroll, pero que se ven entorpecidas por el desarrollo de la narración.

El oscurecimiento consciente funciona en ocasiones porque sabemos de la habilidad de Stephen King para crear ambientes inquietantes. Y a pesar de la intención conseguida, de pronto la narración parece detenerse para mirar directamente al lector cuando mata a algún personaje «porque toca». Esa mirada cómplice es sin embargo ingenua. Recuerda a una especie de parábasis en la que, con pretendida astucia, parece anunciarse: ‘esto no es un cuento de hadas’, mientras esboza una traviesa sonrisa con la que no se libra de la ingenuidad. Y sin embargo, habrá lectores que sí se vean imbuidos por el efecto pretendido. Quizá solo por ver si se logra merece la pena acercarse a la obra.

A pesar de eso, como en un cuento tradicional que se endulza en una versión posterior, termino esta crítica con auto-honestidad para afirmar que el libro no me ha terminado nunca de conducir al tedio, pues contiene suficientes elementos de interés (tanto en el mundo real como en el fantástico) como para mantener al lector en un estado que oscila entre la curiosidad y el deleite. Sobre todo a aquellos que disfrutan de la inmersión en mundos maravillosos en los momentos previos a abandonarse al mundo de los sueños.

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