‘Ripley’, la serie del colorido blanco y negro que tira a lo profundamente oscuro

Hace ya casi un año se estrenaba en Netflix una nueva adaptación de la ya popular novela El talento de Mr Ripley, de Patricia Highsmith. Publicada en 1954, supuso un vuelco en el género policiaco en el momento de su publicación. Por su parte, la película que con el mismo nombre la adaptaba y estaba protagonizada por Matt Damon supone ya un clásico de los 90’s. Cabe mencionar que, mucho antes de esta, en 1960, Alain Delon daba vida al primer Ripley en pantalla en A pleno sol.

Ahora toca hablar de lo que propone la serie de Netflix, titulada simplemente como Ripley. Aunque sea quizá solo una sensación mía, quiero reivindicar un año después esta obra que aunque premiada, apenas parece haber llegado al gran público. Para ello la iremos desgranando mientras miramos por el retrovisor del tiempo no solo a la novela, sino también a la versión dirigida Anthony Minghella en 1999. Esta nueva versión está dirigida por Steven Zaillian y protagonizada por Andrew Scott, conocido por sus papeles en Fleabag o el Sherlock de la BBC.

A continuación hemos dividido los diferentes aspectos de la obra en cuatro partes, que en el fondo confluyen en un mismo sentido.

1. Los escenarios: un colorido blanco y negro.

Desde el comienzo, la versión de 1999 resulta una película recononociblemente hollywoodiense y noventera. A pesar de sus no pocas virtudes, apenas se respira el aroma a Mediterráneo cuando Ripley llega a Italia, de la que solo tenemos noticias por el paisaje y el idioma. Aunque dichos elementos no parezcan escasos, en realidad lo son. Más aún cuando miramos el Mediterráneo y sus costas en la nueva versión. El cambio de EEUU a las costas italianas es notable. La serie se impregna de la cultura, y una impresión basta para saber que estamos en Italia. En blanco y negro, es asombroso cómo tiempo después puedo recordar las escenas con una amplia paleta de colores. El paisaje está vivo, y el mar no necesita su intenso azul para ser evocado.

 

 

Lo meritorio de esta serie no solo es dejar siempre claro que estamos en Italia, sino que una impresión basta para diferenciar si estamos en Roma, en Nápoles, en Venecia o en San Remo. Y eso es de vital importancia para el desarrollo narrativo. Como espectadores, siguiendo al personaje, vamos a ir visitando variadas y preciosas localizaciones de las que es conveniente recordar los sucesos acaecidos en cada una de ellas. La serie se vale de una serie de marcas narrativas para indicarlo. Los recepcionistas del hotel y sus respectivas reacciones representan cada una de las ciudades por las que el protagonista va pasando y el rastro que deja a su paso. La sutileza de lo no dicho representa a menudo más que lo que se dice, y eso cobra importancia cuando el inspector, mientras investiga, pasa por todos esos lugares que nosotros ya hemos visitado antes.

El juego al que se nos invita a los espectadores es una delicia del pequeño detalle que oculta el gran hecho y, aunque peliagudo, consigue de pleno la propuesta antipoliciaca de la novela. Y hablando de oscuridad y paleta de colores, el paralelismo que se establece con Caravaggio es notable, y este elemento no se encuentra en la novela. La serie no solo adapta el libro, sino que enriquece lo adaptado.

2. Thomas Ripley, el protagonista de la perversión.

En El talento de Mr Ripley (1999), el personaje de Matt Damon envidiaba la opulencia desde el inicio. Al tratarse de una película, esta tenía que dejar esas pequeñas marcas narrativas aquí y allá para componer la psicología del personaje de forma rápida pero eficaz, y en general se consigue. La serie, al contrario, es conscientemente parsimoniosa. Se toma su tiempo, con un ritmo que se ofrece a ser deleitablemente lento. El sabor no se degusta en el primer sorbo.

Tanto Matt Damon como Andrew Scott componen un Ripley verosímil, a los dos nos los creemos a pesar de sus diferencias. Por un lado, el de Damon es un nerd típico que aspira a algo que no tiene. Por su parte, el de Scott es un tipo inquietante que evita el exceso. Así oculta hasta qué punto realmente lo es antes de los acontecimientos en San Remo. El de Damon cae al principio mejor, es más carismático. El de Scott es más inteligente, no cae muy bien desde el principio, como el del libro. Con su mirada, el Ripley de Andrew Scott nos revela gran parte de la psicología de la que en el libro se nos hace partícipes. Esto implica una mayor dificultad para la empatización hacia él que, sin embargo, consigue.

 

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3. El crimen: hacia la oscuridad.

Mientras la película juega con la sorpresa en el espectador (tono amable desde el inicio), la serie juega con la sorpresividad para el lector y para el nuevo espectador. Es decir, mientras que en la película lo que importa es el asombro del qué, en la serie es el del cómo. Si la película adaptaba, la serie adapta, pero sobre todo re-adapta. La película no solo jugaba con el estupor del espectador, sino también con la del propio Ripley. Jugaba a la imprevisibilidad, más que el del libro y el de la serie que nos ocupa.

En esta nueva versión el horror es presentado como una cotidianeidad insólita, no hace aspavientos cuando la violencia es presentada, pues somos testigos del hecho anormal bajo un sol resplandeciente y un azul brillante en el agua. El crimen es presentado en un momento excepcional: es como un domingo vacacional, un momento de relajación que hace el momento más incómodo, más fuera de lugar. La nueva serie es una invitación al ocultamiento de la pista, al encubrimiento de la culpabilidad del que todos hemos sido agentes, espero que como mínimo en un grado menor del que tiene que ver con el crimen aquí presentado.

4. La burocracia: condena y bendición.

Ripley sabe jugar con el mundo moderno. Es este un gran tema literario de la modernidad, presente en obras como El proceso de Kafka o El difunto Matías Pascal de Pirandello en los que se representa el tema del drama de lo burocrático. En casos como estos vemos cómo los personajes se ven casi siempre superados por esa a menudo excesiva importancia atribuida a la documentación para nuestro devenir vital. Una importancia exacerbada que escapa materialmente de nuestro poder. Sin embargo, Ripley usa esta herramienta a la perfección. Usa la burocracia para ocultar los acontecimientos materiales, la realidad es en cierta manera manipulada por nuestro protagonista a través de los documentos que en teoría sostienen un mundo seguro. Lo que era un drama en la existencia para los protagonistas de las dos obras antes mencionadas, para Ripley supone la mano ganadora.

Juzgamos y nos juzgamos. Ripley es un ser mezquino que representa aquello que no podemos hacer porque hay consecuencias y remordimientos. Pero… ¿y si después de todo no hay consecuencias y remordimientos? Eso es exactamente lo que tenemos en el libro y también en las dos obras audiovisuales. Ripley se preocupa más de las consecuencias materiales que de las morales. La respuesta que deberíamos tener todos clara, a diferencia de Ripley, es la que estamos priorizando nosotros cuando le vemos actuar. En la ficción, podemos permitirnos disfrutar de lo perverso.

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