Con Mickey 17, Bong Joon-ho, el célebre director de la aclamada Parásitos, regresa a la gran pantalla con una propuesta que, al igual que sus anteriores trabajos, genera altas expectativas. Sin embargo, la pregunta que surge es: ¿cumple con ellas?
Si uno está familiarizado con la filmografía de Bong Joon-ho, Mickey 17 se aleja de los elementos más complejos y refinados de sus obras anteriores, como Memorias de un asesino, The Host y, sobre todo, Parásitos. En su lugar, nos adentramos en un terreno más cercano a películas como Okja y Snowpiercer, donde la crítica social y la comedia se mezclan con un enfoque más accesible.
Una de las características más distintivas del cine de Bong Joon-ho es su capacidad para integrar poderosas críticas dentro de tramas que combinan géneros diversos. En concreto, sus películas suelen contar con juicios incisivos hacia la ferocidad del capitalismo, los líderes políticos, las diferencias de clases y la contaminación. Para llevarlas a cabo, Joon-ho ha logrado incorporar ideas innovadoras en cada una de sus obras: en Parásitos utilizó el espacio vertical como una metáfora de las distinciones sociales, en Snowpiercer la premisa del tren sirve para ilustrar las divisiones de clase extremas, y en The Host exploramos la aparición de una criatura y el papel del ejército y los científicos en la crisis.
En Mickey 17, la crítica se articula a través de la figura de los «prescindibles», los cuales representan una metáfora hiperbólica de la explotación laboral. El protagonista, interpretado por Robert Pattinson, se enfrenta a una realidad en la que los trabajadores son considerados desechables, un tema que, a pesar de su enfoque humorístico y negro, resuena con preocupaciones contemporáneas sobre la precariedad laboral y la indiferencia de las grandes corporaciones.
Acompañando a Pattinson, Mark Ruffalo ofrece una actuación histriónica que puede interpretarse como una caricatura de figuras políticas como Donald Trump, aunque el espectro de paralelismos es amplio. La representación de Ruffalo, a través de su personaje, refleja el cinismo y la irresponsabilidad de aquellos que ocupan posiciones de poder. Una perturbadora rima con la realidad que, sin alejarse del tono de comedia de toda la obra, ofrece un escaparate a todo el panorama de la política internacional.
El mayor problema de Mickey 17 radica en su enfoque explícito y repetitivo en cuanto a la crítica social. La voz en off de Robert Pattinson, que narra la historia, llega a resultar redundante y, en algunos momentos, interrumpe el flujo narrativo. Además, ciertos dilemas filosóficos y existenciales relacionados con el concepto de los «prescindibles» no se exploran con la profundidad que uno esperaría en una película que aspira a ser un comentario de la sociedad contemporánea.
A pesar de estas falencias, Mickey 17 sigue siendo un producto de entretenimiento eficaz. Aunque no alcanza las alturas de las mejores obras de Bong Joon-ho, se presenta como una opción mucho más interesante y accesible que otras propuestas cinematográficas que actualmente se encuentran en cartelera. Su capacidad para hacer pensar mientras mantiene una estructura de entretenimiento la convierte en una película recomendada para aquellos que busquen algo más allá de lo superficial.