El pasado 28 de marzo la Nave 10 de Matadero, Madrid, acogía en su escenario el estreno de su producción centrada en uno de los grandes autores del siglo pasado, Rainer Werner Fassbinder, autor seleccionado para esta temporada 2024/2025.
Rakel Camacho adapta el texto e idea de Fassbinder, convirtiéndose en la versión de un clásico europeo que habla sobre las relaciones de poder y la obsesión. Petra von Kant, interpretada por una espectacular Ana Torrent, es una exitosa diseñadora de moda que, tras el divorcio de su segundo marido, conoce a Karim (Aura Garrido), de la que Petra se enamora perdida y vorazmente, intentando mantenerla a su lado con promesas de convertirla en una gran modelo. Un amor no correspondido que acaba en una espiral de desesperación y autodestrucción.
Fassbinder escribió Las amargas lágrimas de Petra von Kant en el tiempo que tarda un viaje en avión entre Berlín y Los Ángeles. Se estrenó en 1971, y medio siglo después, sigue despertando el mismo interés, como se puede comprobar al intentar comprar alguna de las pocas butacas que quedan para ver la representación en Matadero.
La historia del alemán es excesiva, dramática, intensa, algo que se puede ver en la puesta en escena de Camacho desde el primer segundo en el que comienza la obra. La escenografía de Luis Crespo, repleta de simbolismos, numerosos y densos, contribuye a lo excesivo de la historia, un espacio pequeño lleno de objetos, de barroquismo. Corsés, rampas, un jacuzzi, cabezas de maniquís a modo de copas, un caballito de noria, tijeras. Petra oscila de principio a fin entre el deseo desenfrenado y la desesperación absoluta, lo que se refleja en el escenario.
Quizás el personaje más intrigante es el de Marlene, representado por Julia Monje, la ayudante de Petra, el silencio que lo dice todo. A pesar de que no pronuncia una sola palabra durante toda la representación, su presencia es fundamental para comprender la dinámica de poder de la historia. Marlene es el testigo mudo de la decadencia de Petra. En la puesta en escena de Camacho, la interpretación de Marlene enfatiza esta tensión contenida: cada gesto, cada mirada, sugiere una historia propia que nunca se verbaliza, pero que se siente con fuerza en el escenario. Ella es capaz de contar la historia de Petra y Karim desde un mutismo que grita.
Lo negativo es muy sutil, muy poco notable, y es que, quizás, el final es demasiado precipitado. Ese encuentro madre-hija, la última conversación con Karim, te dejan con la miel en los labios. Quieres saber más sobre esa madre que se ha ido a Cuba, cómo se sintió Petra con la marcha de Karim, con su éxito, la marcha también de Marlene. Hace que se sienta como un final atropellado. Al igual que con el vestuario. Luces y sombras. Un inicio que te deja con la boca abierta, pelucas kilométricas, máscaras transparentes, cangrejos flotando en una pasarela. Sin embargo, el uso de corsés, aunque se entiende la intención, no terminan de funcionar puede que por el uso y la repetición hasta el desgaste.
Camacho ha creado así una versión visualmente vibrante, unido a la actuación de cinco actrices que se comen el escenario y que se entregan al completo a la intensidad que requieren sus personajes, atormentados por el amor, el poder, el deseo, la obsesión, la dominación y, sobre todo, por la autodestrucción que provoca un amor no correspondido. Aún quedan algunas entradas de Las amargas lágrimas de Petra von Kant, hasta el 10 de abril, pero dense prisa, porque ya están casi todas las butacas ocupadas.