Pura ternura en «La niña de la cabra»

Ana Asensio presentaba su segundo largometraje, La niña de la cabra, en la 28ª edición del Festival de Málaga, dentro de la Sección Oficial Fuera de Concurso. Un cuento en el que se retrata el Madrid de los 80, que se deja ver –casi oler– a través de los ojos de una niña de barrio, de apenas ocho años. No importa qué barrio, podría ser cualquiera. En ese verano del 88, Elena afronta la pérdida de su abuela.

El martes 8 de abril la Academia de Cine acogía en su sala de proyecciones el preestreno, que contó con la presencia de la directora y de los actores Enrique Villén y Javier Pereira, cuyos personajes son esenciales para entender el mundo interior de Elena.

Tras la proyección, los espectadores tuvimos la suerte de conocer el origen de esta historia. Ana Asensio contaba que gran parte de los recursos eran propios recuerdos que venían del imaginario de su infancia, aunque no es autobiográfica. Una niña bailando alrededor de una cabra bajo el sol en una plaza madrileña de Cuatro Vientos. Podría haber sido su amiga. La catequesis, la preparación y obsesión por tomar la Comunión, el día que creíamos sería tan importante y trascendental para una vida. La abuela. El verano. El cemento. ETA. La droga. Dios. La muerte.

La niña de la cabra es un cuento, una ensoñación que te devuelve a los ocho años en los años 80, aunque para entonces no hubieras nacido o ya tuvieras cuarenta años. Algo que consigue, sin esfuerzo aparente, Alessandra González, la actriz que da vida a Elena. Como contaba la propia Asensio, es una niña totalmente disciplinada a la que no hace falta darle numerosas indicaciones para que lo haga perfecto. Todo lo contrario a Juncal Fernández, la niña que interpreta a Serezade, la compañera del cuento de Elena, a la que todo le salía improvisado y real. Verlas a las dos juntas es regresar a la inocencia, a la infancia, a la ternura. Ninguna de las dos había participado antes en un proyecto cinematográfico.

 

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Ana Asensio y Alessandra González durante el rodaje de «La niña de la cabra»

 

Serezade no se separa de su cabra Lola, y Elena está convencida de que la cabra Lola es el demonio. Aquí no solo se habla sobre la amistad de dos niñas que en el Madrid de los 80 tenían prohibido ser amigas, sino también en el poder de la Iglesia y los miedos que esta inculcaba en los niños que no fueran buenos, porque de lo contrario irían al infierno con el demonio. ¿Su abuela iría al infierno? Su abuela, que disfrutaba de bailar al ritmo de su cassette, de pintarse los labios, ¿eran eso pecados?, ¿qué son los pecados? Según el padre Carrillo (Enrique Villén), son los actos que mantienen sucio nuestro corazón.

Se presentan así los misterios de la vida ante Elena, que observa todo lo que le ocurre desde su punto de vista, literalmente: la cámara se alinea con su perspectiva. Algo que, según contaba la directora, fue un trabajo complejo para el equipo de cámara, pero que aporta al largometraje una gran autenticidad. Así, los momentos que más brillan son los compartidos por las dos niñas, y los menos deslumbrantes, son los momentos protagonizados por los adultos. Como es lógico, ya que la vida adulta es infinitamente más aburrida.

Este largometraje es a pequeña escala, desde una producción independiente, pero muy grande en cuanto a contenido. Un testimonio precioso desde la mirada de la infancia que representa una ruptura generacional y los problemas de una España aún en transición, formando un tejido emocional que no dejará indiferente a nadie, aunque solo sea por volver un ratito a la niñez y apelar a la nostalgia. Se estrena en salas el viernes 11 de abril, y, como dijeron los actores en el coloquio, es una película que va a necesitar que todos vayamos al cine a verla. Nosotros lo recomendamos encarecidamente.

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