Esta review de Nosferatu va repleta de todo lujo de spoilers si es que se puede hablar, en 2025, de estos en una historia de Drácula.
Cuando se lleva a cabo un remake es conveniente preguntarse por qué se está realizando. La respuesta de su nuevo director será, por lo general, la de ofrecer una nueva visión, una visión personal de esa historia. Eso está muy bien, pero el espectador interesado en que se siga creando buen cine también debe plantearse una serie de preguntas. Estas abrirán su horizonte crítico y, no me cabe duda, harán de su experiencia si no mejor, al menos siempre más plena de sentido interpretativo, y con ello de un deleite más profundo por la experiencia cinematográfica.
¿Cuánto tiempo ha pasado de la versión original o de la versión anterior de esa misma historia? ¿Qué tal ha envejecido? ¿Estamos en la misma época de cine que cuando se estrenó la original? ¿De qué manera la nueva versión enriquece la original o versiones posteriores? Vamos a tratar de responder a estas preguntas situando en el centro Nosferatu, la de 1922, pero sobre todo la de 2024, de Robert Eggers. El ya consagrado director de El faro, La bruja o The Northman no quería dejar de contar su versión del vampiro. Por supuesto, contaré con inevitables reminiscencias a la figura de Drácula.
La sombra del conde transilvano es alargada, pues debemos tener en cuenta que la versión de F. W. Murnau (ha transcurrido ya más de un siglo de esta) fue realizada con el propósito de “adaptar” la novela de Bram Stoker. Al no haber percibido los derechos de aquella, se llevaron a cabo una serie de modificaciones como son el título de la película y el nombre del vampiro, su aspecto, los nombres del resto de los personajes y una omisión de pasajes imposibles de incluir en una película de 91 minutos. Voy a desgranar la película en algunos aspectos y a darle el punto en aquellos que parece mejorar o al menos enriquecer o aportar de algún modo a la cinta original.
1. El vampiro.
La recepción del público de hoy no es la de hace más de un siglo. La figura de aquel Nosferatu debió aterrorizar a los presentes en aquellas salas de cine, cosa que veo prácticamente imposible para cualquier espectador actual, pues el gran bagaje en el cine de terror provoca que cada vez sea más difícil meter miedo en el cuerpo del espectador. Y no digo el susto, pues eso resulta de lo más sencillo: basta con introducir el acontecimiento de lo inesperado. Lo complicado es connotar el peligro, generar el terror. Sobre si la original lo consigue en el público del momento no me cabe la menor duda: si el cine estaba en pañales, el cine de terror acababa de concebirse.
El Conde Orlok siempre ha sido menos amable que Drácula, el cual siempre buscaba conversar y aprender las costumbres del mundo moderno. Drácula, aunque acabase por utilizar la estrategia del terror, tenía el detalle de seducir con un engaño encantador las primeras noches como anfitrión. Sin embargo, el conde Orlok aterroriza al personaje desde el inicio, hasta el punto de que Thomas (o Jonathan Harker) derrama lágrimas de horror desde la primera noche. Este vampiro es más ancestral, parece llevar en el mundo mucho más tiempo que el propio Drácula. Esa es precisamente la estrategia de la nueva película para generar el terror. Si lo consigue dependerá de la sugestión o la subjetividad de cada uno. Pero le voy a dar ese punto a esta nueva versión, pues este vampiro genera un terror de ultratumba más contundente que el clásico. Por supuesto, considerando siempre al espectador contemporáneo.
2. El castillo y la ambientación.
La limitación de los escenarios en la película clásica juega desde nuestra visión contemporánea en favor y en contra. El público de 1922 se veía obligado a rellenar los huecos del castillo con su imaginación, dotándolo de una majestuosidad gótica de la que carecía en algunos planos. Pero esto se compensaba con el gran juego de sombras llevado a cabo.
En la versión de Eggers el castillo solo está “vivo” durante la noche, durante el día parece completamente en ruinas. Esta novedad es interesante, pues juega con la confusión y las ensoñaciones con las que Drácula siempre había jugado con el personaje. De este modo contagia también al espectador, hasta el punto de que yo llegué a dudar si el personaje de Thomas contaba realmente con unos aposentos y una cama propios. Lo cierto es que, aunque se nos muestra la cama en algún plano, esto es también una ilusión generada por el vampiro, un hechizo cuyo efecto se pierde a la luz del día. Precisamente cuando Nosferatu pierde su poder y su influencia.
El “decorado” generado por el hechizo cae en un momento concreto. Vemos un plano general en el que Thomas está durmiendo en el suelo, no hay cama, el vampiro aparece desnudo sobre él, el artificio ha sido revelado y se nos muestra al monstruo succionando la vida del protagonista. Una escena cruda en la que el telón de la ilusión cae y lo sobrenatural traspasa la pantalla. Es el gran mérito de esta versión: la explicitación de lo sobrenatural, el desvelamiento de lo grotesco es lo que genera el terror. En contraposición al ocultamiento de lo no-humano, fuente de terror en la novela de Bram Stoker, aquí se revela. Se desnuda.
En cuanto a la ciudad de Nosferatu, Winsburg, se agradece el plano general, la sensación de ciudad habitada que no terminaba de generar la versión original. La sombra de la mano apoderándose de sus calles y sus edificios es otra de las fotografías de la película. Otro punto que concedo a la nueva versión pero aún así no le quito a la versión clásica por su relativa limitación de medios. Al menos, en lo que se refiere a medios tecnológicos.
3. El silencio y lo explícito.
Esa virtud de lo explícito en la escena que antes comentaba (el vampiro succionando a Thomas) juega en su contra en el último acto de la película debido a una sobreexplicación verbal. La versión original, en su carácter mudo, contaba lo acontecido con el silencio y las imágenes se explicaban por sí solas. La nueva versión acaba revelando demasiado: Van Helsing, aunque me duela decirlo, es demasiado bocazas. Por supuesto, no por culpa de Willem Dafoe.
El mundo sobrenatural del vampiro ha sido siempre algo de lo que no hay que hablar, y aunque hablar de ello parece remar a favor de acabar con lo sobrenatural, acaba resultando demasiado repetitivo, demasiado largo, masticado hasta perder el sabor. La explicitación de lo sobrenatural y las reglas del monstruo en su relación con Ellen acaban saturando la experiencia. La conexión de Nosferatu y Ellen ya estaba suficientemente connotada en su conexión telepático-espiritual como para ponerlos frente a frente antes de la escena final. De hecho, esa escena final que quiere ser el clímax pierde fuerza precisamente por no ser su primer encuentro.
4. Un mundo en transformación.
Tanto en la historia de Drácula, que se desarrolla en 1898, como en el de Nosferatu, que se desarrolla en 1838 en ambas versiones cinematográficas, se plantea un mundo que está accediendo precipitadamente a la modernidad, en contraste con un mundo antiguo pre-científico que ya queda atrás. Aquello que habla de cómo, por mucho que el mundo moderno decore la realidad, lo sobrenatural se sigue infiltrando a pesar de nuestro empeño.
Drácula es un ser de otro tiempo que quiere sobrevivir al cambio. Sin embargo, lo que termina matándolo no es el pensamiento científico o los avances tecnológicos. Lo que termina matándolo es la aplicación de un conocimiento ancestral y pre-científico señalado por Van Helsing. Progreso contra superstición, tema inagotable y siempre presente en el relato de Drácula, se aúna en la versión de Eggers para expresar que tanto una cosa como la otra son artificios humanos y que la naturaleza a menudo tiene otros planes ajenos a nosotros.