‘Cassandra’: verosimilitud, IA y mito

Que alguien sobreviva a un accidente de avión hasta en dos ocasiones es un hecho insólito. Que en 1945 Tsutomo Yamaguchi sobreviviera a la bomba atómica de Hirosima, y solo tres días después estuviera en Nagasaki (y sobreviviera) sin duda también lo es. Nos creemos estos hechos porque han sucedido en la realidad. Sin embargo, si una película nos cuenta la historia de un personaje que ha sobrevivido a dos situaciones tan extremas, frunciremos incrédulos el ceño.

La ficción debe ser más “real” que la propia realidad. Nos creemos lo que una obra de ficción nos cuenta porque se ajusta a unas reglas que conocemos. Esto es lo que llamamos reglas de la verosimilitud: creemos la realidad de lo que ocurre allí aunque sepamos que no es real aquí afuera. Es más, esa otra realidad nos interesa. Si no fuera así, no leeríamos libros, ni veríamos series o películas, ni tampoco iríamos al teatro. Lo que no es real nos interesa porque es verosímil. O, dicho de otro modo, la ficción contiene realidades intrínsicamente humanas. Vamos a ver qué tiene esto que ver con Cassandra, la serie de Netflix estrenada en febrero de este 2025 y dirigida por Benjamin Gutsche.

Lo que plantea esta serie es interesante incluso en la época en que muchas de las cuestiones que la ciencia ficción planteaba sobre la IA ya están insertas en nuestra realidad. Sin embargo, todavía no hemos pasado a transferir conciencias de personas reales a artilugios tecnológicos. Puede ser por falta de medios, pero también por los profundos conflictos morales que puede plantear. La ciencia ficción adelanta esos posibles conflictos morales y sus implicaciones. Desde otra perspectiva, es lo que plantean series como Severance o Black Mirror. Nos invitan a pararnos a pensar sobre lo que ya damos por hecho, pero también sobre lo que, sin suceder aún, puede suceder en cualquier momento. Vivimos en un mundo en el que cualquier posibilidad ya no resulta del todo imposible, o al menos impensable.

Lo que hace esta serie es exactamente eso: una familia llega a la casa de un pequeño pueblo con el propósito de comenzar una nueva vida tras pasar por un evento traumático. Lo que se encuentran al llegar a su nuevo hogar es un robot complaciente con rostro de mujer. Dispuesta a asistir a la familia en todo, Cassandra resulta muy útil en una familia con dos hijos para realizar las tareas del hogar. Esto será así hasta que esta robot doméstica empieza a mostrar una inteligencia inquietante con un objetivo que iremos comprendiendo progresivamente. Es fácil pensar que Cassandra es una asistenta doméstica porque siempre pensamos en un robot creado con dicho objetivo. Hacerse pasar por ello será precisamente su estrategia. Cuando nos damos cuenta de que es más que una roomba multitarea y omnipresente, la inquietud empieza a crecer.

Cassandra es una serie que, en general, consigue su objetivo: logra perturbar. Pero lo hace a medias, pues pone al límite las reglas de la verosimilitud. Veamos: que mediante un procedimiento pseudocientífico sea posible transferir la conciencia de un ser humano a un robot es verosímil. Este hecho entra en las posibilidades científicas de este mundo. Sin embargo, que una familia con un hijo en plena adolescencia renuncie a su intimidad con esa facilidad toca la línea de lo inverosímil. Cassandra está presente en todos los lugares de la casa y, aunque se empieza a inmiscuir en las vidas de los personajes, ellos deciden mantenerla ahí, vigilando todas sus acciones.

Esta serie nos pone al borde de la incredulidad. Lo interesante de estar en el borde es que quizá algunos consideren que las reacciones de los personajes en esta serie son, en general, naturales. Para mí, en algunos casos, hay que hacer un gran esfuerzo para que el planteamiento inquietante de la serie siga su curso sin descarrilar. Esa renuncia de un adolescente a su intimidad me resulta como mínimo cuestionable. Que haya un ser volador o un robot con conciencia de una mujer real no es inverosímil. Sí lo es que un personaje tengo un comportamiento que nos resulta irreconociblemente humano.

Del mismo modo, el personaje del padre es difícil de creer. Precisamente porque parece un personaje y no una persona real. Que sucumba a los deseos de Cassandra con esa facilidad hasta el punto de que va a matar a su esposa sin apenas cuestionárselo, tampoco resulta verosímil. Por mucho que sus hijos estén en peligro, nunca ofrece una resistencia real. Por otro lado, que la mujer haya tenido tendencias depresivas a raíz de la muerte de su hermana no implica que esté demente. De ahí a prender el horno y provocarle quemaduras a una niña hay un paso, y también un muro de inverosimilitud. A pesar de ello, el cruce de las tramas del pasado y el presente están, en general, bien construidas. Y, aunque predecible, consigue mantener una intriga creciente.

No he podido evitar pensar la posible relación con el mito griego de Casandra. Puede ser una referencia sin mayor profundidad, pero la niña, Juno, también lleva el nombre de la diosa. Casandra, la sacerdotisa troyana, fue maldecida por el dios Apolo a ver el futuro sin que nadie la creyera jamás al resistirse a ser violada. Llegó a vaticinar la destrucción de Troya con la intrusión del caballo. En la serie, con una posible sobreinterpretación por mi parte, Cassandra es capaz no de ver el futuro, sino de ver y estar en todos los espacios a la vez. Su ojo no tiene el poder sobre el tiempo, sino sobre el espacio. La diferencia es que a ella los demás sí la creen, su manipulación funciona.

Aquí, la maldición de no ser creída es traspasada a la mujer y madre de la historia, que es tomada a menudo por una demente. Cassandra posee el don de la omnivisión. Samira, la madre, posee la maldición de jamás ser creída a pesar de poseer la verdad.

 

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El resto de personajes son, en general, verosímiles. Parece que el personaje del padre ha sido el sacrificado para mantener la credibilidad siempre al borde del abismo. Deja un sabor agridulce este planteamiento cuya ejecución por desgracia a menudo se tambalea. Es un entretenimiento que puedo asegurar que no resultará indiferente a nadie, pero esa inverosimilitud puede jugar muy en su contra. Y para acabar, hablando de mitos, estamos ante una criatura de Frankenstein no creada de la nada, sino con una vida pasada llena de resentimientos. Las consecuencias de esto las iremos descubriendo no solo en las carnes de la familia protagonista, sino en su monstruoso creador. Mientras, el eterno tema sobre la eterna vida (artificial) sigue ofreciendo, una vez más, sombras más alargadas que las aparentes luces.

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