Esta crítica será breve y eficaz para equipararse a la serie de la que habla. Érase una vez el oeste (American Primeval como título original) tiene seis episodios: eso en cuanto a breve. Es eficaz en cuanto a que se nos narra el viaje de una mujer y su hijo en busca de un padre extraviado. Una propuesta sencilla que aunque los peligros del Oeste se encargan de complejizar, todos los elementos están ahí para contar justo lo que quiere contar en seis episodios. Nada falta y nada sobra, y contamos con el placer que proporciona la armonía.
Si hay alguien todavía anclado al estigma sobre que los westerns son aburridos, quizá sea demasiado tarde para demostrarle lo contrario recomendándole El bueno, el feo y el malo. Solo digo que lo intenten por su bien. Si no, Érase una vez el Oeste (2025) puede ser la serie idónea para acabar con el estigma. Esta historia, creada y dirigida por Mark L. Smith (guionista de El Renacido) y dirigida por Peter Berg (Hancock, The Leftovers), es la anti-siesta, pura adrenalina cuya tensión se palpa desde la primera escena, y no para de crecer hasta el colofón. Adrenalina, además, bien justificada.
Los personajes cumplen su papel sin que se les abra una trama secundaria innecesaria, pues cuando se les abre es para aportar algo al grueso del relato. No hay escenas en las que se nos cuenta algo sobre el personaje satélite y queremos volver rápidamente al personaje planeta. El personaje satélite no sobra porque si el plano se abriera observaríamos cómo cada acción tiene consecuencias en el devenir de los planetas: el niño, la madre y su protector, Isaac Reed.
A veces viene muy bien una serie de estas características. No esperamos segunda temporada durante dos o tres años, pues creo que a eso solo puede arriesgarse la clase privilegiada. En la era de las plataformas hay una cantidad enorme de series que en su primera temporada mantienen el pulso de forma notable, pero la recompensa es una espera de tres años cuando a menudo debería ser un digno desenlace. Aquí se ejecuta eso, y se ejecuta bien. No dejan que muera en una espera cuyo interés corre riesgo de diluirse. O de cancelarse. Saber dejar morir a la serie es una virtud que escasea en estos tiempos.
American Primeval es un producto del Salvaje Oeste. Salvaje como muchos, pero enérgico como pocos. Aun con su sencilla propuesta, a la trama le da tiempo a complejizarse. Esta se inserta en un contexto de luchas de poder entre varios grupos en un estado de Utah donde las líneas que traza la ley todavía eran muy difuminadas: una milicia de mormones, grupos de indios nativos (unos pacíficos y más violentos otros) y los pioneros del fuerte Bridger libran una batalla violenta por el control de una zona en la que el gobierno se presenta sin terminar de meter el pie. Una comparación con Juego de Tronos parece difícil de resistir, pero la diferencia fundamental es que aquí los protagonistas tratan de sobrevivir a un viaje extremo y cruel mientras que esos grupos que los orbitan son los que se enfrentan por un trono simbólico.
En esa comparación también entra el rasgo de crueldad. American Primeval no se guarda nada, y la crudeza es vívida. Dios no está mirando hacia aquel lugar, ni siquiera para los mormones. Y mientras tanto, todos ambicionan la conquista de un territorio cuya apuesta sobre la mesa es la propia vida. En ese contexto, una madre trata de salvar a su hijo que, por si la misión no fuese lo suficientemente arriesgada, el niño está cojo. Mientras, un hombre atormentado que huye de los demonios del pasado tiene una segunda oportunidad para vivir en paz consigo mismo. Para ello, debe ayudar a una madre y su hijo a atravesar el infierno que supone la América más primitiva.
Es una de esas historias en las que en medio de un conflicto de intereses, el conflicto de interés de los protagonistas es el de salvar a los que más se quiere. De esas historias en las que mientras algunos ambicionan poder, otros defienden el que siempre ha sido su hogar. Hay en los personajes un rasgo shakesperiano en un contexto de crueldad en el que se plantea hasta dónde alguien está dispuesto a llegar para salvarse o salvar a aquellos que merecen ser salvados. En el Salvaje Oeste, la decisión debe ser breve y eficaz. El gatillo debe apretarse rápido porque el duelo es infinito, y quizá ni siquiera así sea suficiente.