“Adolescencia”, de Netflix: una mirada urgente sobre violencia, género y soledad masculina

Adolescencia, la nueva miniserie de Netflix, estrenada el pasado 13 de marzo, es una advertencia y una vía de acceso a nuevas realidades peligrosas

Adolescencia consta de cuatro capítulos, en los que se narra la historia de Jamie, un preadolescente de 13 años acusado de asesinar a una compañera de colegio. En esta entrega de talento audiovisual (que cuenta con destacadas actuaciones y técnicas de montaje y dirección), observamos el desconcierto de los padres, la interacción de Jamie con la psicóloga a cargo del caso y el planteamiento de una problemática que debemos sentarnos a observar y charlar.

Más allá de que puede tratarse de una historia sobre un niño con rasgos psicopáticos, exacerbada y estructurada con la intención clara de ser un producto de entretenimiento, no es menor destacar los detalles de un contexto que gesta y habilita posibles conductas violentas en jóvenes de la edad.

 

 

Adolescencia: un concepto puesto sobre la mesa

En la serie se introduce un término que, para muchos, es desconocido hasta ahora, pero que lleva años intentando darle un nombre a una instancia de la vida social: el término incel. La palabra tiene su origen en 1997 y es un acrónimo de la expresión inglesa involuntary celibate (celibato involuntario). Una mujer canadiense le dio este nombre a un proyecto que prometía abrir espacio a personas que experimentaban soledad por lo que ellas creían que se debía a la falta de reconocimiento y a la dificultad para relacionarse sexo-afectivamente. Las intenciones eran buenas: expresarse, crear comunidad y abrirse al diálogo respecto de las distintas experiencias.

Con el correr de los años, esta porción de la sociedad se fue cerniendo a grupos de género masculino, que atribuyen su condición de incels al rechazo femenino por no ser lo suficientemente atractivos o sustentables económicamente.A esto se le ha sumado la hiperconectividad de los últimos tiempos digitales, donde nuevas figuras alcanzan popularidad con rapidez y otorgan voz y liderazgo a este movimiento, como el streamer Andrew Tate (dicho sea de paso, demandado por delitos sexuales y agresión).

Ahora bien, ¿qué tiene todo esto de peligroso?

  • La extrapolación de la culpa hacia las mujeres.
  • El victimismo de autocondenarse a ser los que no eligen por su apariencia física “desfavorable” o por tener pocas habilidades comunicacionales.
  • Las corrientes de pensamiento extremas, como considerar que el género femenino ejerce un dominio y opresión que los condena a responder a estándares románticos y sexuales con el fin de lograr un ascenso social.
    (Fuente: estudio realizado en 2022 y publicado en la revista Current Psychiatry Reports).

Este tipo de discurso asienta sus bases y extiende sus tentáculos hacia “soluciones” como técnicas de manipulación para conseguir una pareja (o solamente una relación ocasional), o incluso, en los sectores más extremos, alejarse totalmente de cualquier vínculo con personas del otro género.

Podemos observar que nunca hay acercamientos a un desarrollo más venéreo. Nunca se plantea siquiera la posibilidad de fortalecer valores como la amabilidad, el humor, el entendimiento o el compañerismo hacia la persona con quien se pretende relacionar. Estas prácticas se sustentan en la concepción de que “el hombre tiene derecho al sexo”, colocando a la sexualidad como un ítem más de una checklist a seguir.

La mujer es reducida a un objeto que conseguir, sin importar la calidad del vínculo que se pueda llegar a construir. Es un logro para gente que, genéticamente, “ha sido condenada al fracaso”. ¿Lo peor? Este contenido llega a preadolescentes, adolescentes y jóvenes que terminan convencidos de pertenecer a ese porcentaje de hombres que jamás será correspondido, a una edad en la que su estructura psicológica ni siquiera ha terminado de tomar forma. Por lo tanto, estas ideas se enquistan y echan raíces.

Sin ir más lejos, dentro de la red social Reddit, un foro que llevaba el nombre de Incels fue cerrado en 2017 por la misma plataforma, por “contenido violento”.

Ir a fondo

Lo que pasa con discursos que se instauran y expanden con tanta vehemencia es que producen el efecto de sesgos de confirmación. Es decir, comenzar a ver alrededor pruebas que le dan la razón a las creencias establecidas. Pero si logramos activar la vista panorámica, nos topamos con que muchos hemos transitado el sentimiento de sentirnos fuera de lugar. Muchas veces, sentirnos no vistos, no atractivos, parte de alguna minoría, compone nuestra experiencia social durante la adolescencia e incluso en la adultez.

En realidad, todos somos víctimas de un sistema que se sustenta en el consumismo de lo que sea. Y muchas veces pasa por lo estético, yendo desde los extremos más artificiales hasta tocar puntos como enaltecer los rasgos naturales como sinónimo de estatus social. Todo está regido por dictámenes consumistas y estándares inalcanzables que nos someten a una búsqueda sin fin.

Son sentimientos que a las mujeres también nos son familiares. Y ni hablar de personas pertenecientes a la comunidad LGBTQ+, que hasta el día de hoy sufren la repulsión materializada en golpes y discriminación, solo porque su orientación sexual incomoda a cierto status quo.

La particularidad radica en que, al menos las mujeres, con frecuencia encontramos una red de apoyo que se construye en base a un contacto cercano y muy naturalizado con lo emocional. Una extraña ventaja dada por los encasillamientos de roles de género, pero que a la larga, cuando se trata de una emocionalidad encauzada y autocuestionada, nos lleva a querer acompañar, sostener y escuchar a nuestros pares.

No sucede lo mismo entre hombres. Los dolores internos y las frustraciones se transitan en más soledad. También como producto de un rol de género en donde la sensibilidad masculina no está ligada a la hombría exageradamente enaltecida. Sentir miedo, incertidumbre, problemas de autoestima y tristeza se lleva por dentro, y se convierte en ira o enojo antes que en una aceptación de la propia vulnerabilidad.

En ese vacío de acompañamiento y diálogo desde edades tempranas es cuando surgen estos subgrupos, con representantes de esas insatisfacciones y desilusiones, que solamente responden a las problemáticas más aparentes con violencia y victimismo, en vez de cuestionar al verdadero enemigo de los seres humanos: la estructura patriarcal.

Y cuando nos referimos a la estructura patriarcal, hablamos de ese estándar de masculinidad que hace que padres se encarguen de asegurarle a sus hijos tener su primera relación sexual; que trabajadores no cuestionen condiciones insalubres de trabajo solo porque su mente se embebe inconscientemente en la idea de que “el hombre tiene estructura física para aguantarlas”; que el llanto sea razón de vergüenza.

Más que un cliché, una reafirmación

El bullying y la marginación son algo latente en muchos sectores, aún más en los primeros años de formación de los humanos como individuos sociales. Ante tanta digitalización, estímulo constante y focos de atención dispersos, es más que necesario y pertinente retomar la tan nombrada educación emocional: el autoconocimiento, el acompañamiento, el entrenamiento de la empatía, la escucha activa, el diálogo libre de prejuicios.

Entender cada generación y estar al tanto del contenido que se consume, de los vínculos establecidos en redes, de las ideas que se gestan, y atajarlas a tiempo para mostrar la otra cara de la moneda y el origen de las heridas.

Un comentario sobre «“Adolescencia”, de Netflix: una mirada urgente sobre violencia, género y soledad masculina»

  1. Jamás imaginé leer una crítica tan completa y panorámica (en referencia al término usado en la misma). Gracias por este análisis a fondo y por compartir esta perspectiva de lo que muchas veces se acota a comentarios populares o intervenidos por ese verdadero enemigo.

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