Flow, la película ganadora del Oscar a Mejor Película Animada, es una coproducción entre Letonia, Bélgica y Francia. Escrita y dirigida por Gints Zilbalodis y renderizada con un software libre de código abierto, el largometraje de una hora y veinte minutos promete llevarnos a reflexiones profundas sobre la vida, las adversidades y la amistad. Así de austero como suena, la cinta trata sobre un pequeño gato oscuro que se ve obligado a salir de su tranquila realidad en el momento en que ocurre una gran inundación que se lleva todo a su paso.
Simplemente animales
La propuesta es un trabajo honesto y sentido, donde somos capaces de empatizar con animales que no se comportan como otra cosa que no sea animales. Salvo por puntuales licencias de acción que la película toma para contribuir a la trama, el film no cuenta con ningún diálogo. Todo puede ser interpretado a través de las miradas y pequeños gestos que intercambian un gato, un amigable carpincho, un lémur codicioso, un simpático golden retriever y una garza con temple decidido.
Uno de los aspectos más atrapantes es cómo el comportamiento del tierno felino y los enérgicos perrunos refleja lo que solemos observar en la cotidianeidad de nuestras propias mascotas. Esto convierte a Flow en una joyita audiovisual, con diseño sencillo pero luminoso, que se cierne a la realidad de la naturaleza y no por ello es aburrido o menos interesante. En esa fidelidad se encuentra lo original.
Flow: La magia de lo mundano
La historia se ubica en un mundo que parece haber dejado a los humanos atrás y donde solo quedan vestigios de una civilización que podría haber tenido a los gatos como figuras divinas. Si bien hay algunas elipsis de detalles que elegimos aceptar cuando nos adentramos al código que propone el film, la línea narrativa está repleta de metáforas que nos llevan a la reflexión sobre la compañía, la resiliencia y la perseverancia.
Aunque calificada como apta para todos los públicos, en ojos adultos, es inevitable notar cómo todos concebimos la vida como una sucesión de acontecimientos, a menudo desafiantes, donde la amistad, el amor, la valentía y la superación brillan siempre como las luces guías más importantes. Hacia el final de la película, en dos icónicas escenas que seguro quedarán grabadas en la retina de más de uno, podemos percibir cómo lo que parecía ser solo una historia de animales tratando de sobrevivir se transforma en la ventana para apreciar la profundidad de lo mundano. Se pone de manifiesto la experiencia espiritual de vivir y la manera en que cada vivencia se convierte en un aprendizaje.
Así, Flow se convierte en una digna muestra artística que nos recuerda, una vez más (y no por ello menos importante), la belleza de lo simple.